Indignados: ¡indignaos!


En el frontispicio de los recientes movimientos contestatarios de nuevo cuño se encuentra el alegato a la rebeldía que contiene la obra de Stéphane Hessel cuyo título ¡Indignaos!, ofrece, una clara propuesta de movilización, siendo su eje básico la irritación que una amplia franja de la población manifiesta con las medidas tomadas ante la crisis económica que lesionan gravemente los intereses de amplios sectores de la sociedad.

Las movilizaciones también evidencian un cierto agotamiento del modelo político que sustenta las democracias occidentales que padecen un alejamiento creciente entre el mundo de la denominada “clase política” y el resto de la población.

El éxito editorial de la obra sugiere esa articulación de la protesta, cuyo denominador común es el descontento, que a su vez también propicia apatía y el descreimiento. No es para menos ya que una simple observación del comportamiento del mundo de la política y las finanzas nos muestra de qué manera son los olvidados de la tierra, los más débiles, los que deben responder con su sacrificio a las medidas que los gobiernos toman obedeciendo las directrices procedentes de los poderosos.

El lujo y el despilfarro, acompañado por una obscena política que continúa primando a los altos ejecutivos de la banca y de las grandes empresas, es el reverso de una sociedad con una tasa de paro insultante, un mundo laboral con derechos en proceso de precarización y un deterioro de las conquistas que determinaron el denominado Estado del bienestar que se encuentra ante el peligro de perder sus mejores atributos.

Si existe una coincidencia con los movimientos contestatarios que protagonizan las revueltas en el mundo árabe, especialmente en el norte de África, es la indignación. Unos se empeñan en conquistar una sociedad plena en derechos democráticos hallándose frente a longevas dictaduras que no dudan en actuar de manera intolerablemente agresiva hacia sus propios ciudadanos. Otros encarnan la protesta de los que muestran su alejamiento de un modelo, formalmente democrático, pero que excluye a la ciudadanía de los procesos de toma de decisión reduciendo al compromiso político al voto cuatrienal.

En ambos casos Internet y las redes sociales como Facebook o Twitter juegan un interesante y novedoso papel de intercomunicación horizontal como instrumento que cohesiona criterios y propicia voluntades comunes especialmente entre los más jóvenes que no aceptan la resignación. Estas nuevas formas de comunicación tienden a romper el monopolio ejercido por los medios de comunicación clásicos y de los partidos políticos como poseedores exclusivos de la formación de la opinión pública y la emisión de propuestas, críticas o análisis.

Una larga fase de liberalismo desaforado ha derivado en una crisis económica y financiera provocada por el descontrol de unos poderes sin escrúpulos cuya dinámica sólo obedece a la ley del máximo beneficio. La crisis ha puesto de manifiesto las desigualdades de los diversos territorios que comparten el proyecto europeo, la fragilidad de sus economías y un evidente cuestionamiento de los fundamentos que sostienen los sistemas más avanzados de estabilidad social.

La indignación se ha convertido en un elemento homogenizador de la protesta sin considerar un programa alternativo que muy probablemente nunca aparezca ya que te intentarse se podría en evidencia una causalidad heterogénea. La pelota, pues, continúa en el tejado de los partidos políticos que, en general se muestran como un verdadero embudo que obstaculiza la participación y denigra el ejercicio del compromiso ciudadano con la cosa pública como evidencian los casos de corrupción política.

Situar el problema de la actual esquema bipartidista y el simultáneo empobrecimiento de la vida política en el ámbito exclusivo de la reforma de la Ley Electoral, ya sea introduciendo un sistema de mayor proporcionalidad en la representación o la aplicación de criterios de listas abiertas, no creo sea una solución real ya que, sin menospreciar sus efectos positivos, no incidiría en el verdadero problema el cual está ubicado, a mi entender, en el interior de los partidos políticos que muestran una escasísima estructura democrática y un control efectivo de clanes sujetos a intereses orgánicos sin considerar el servicio público como eje central de su actividad.

No basta con limpiar las candidaturas y a la vez mantener los esquemas participativos espurios que han posibilitado la ineficacia, la corrupción y una idea egoísta e incívica de la participación política.

Y con todo, uno esta convencido que no votar es una manera más de propiciar que lo que no gusta sea una realidad que también se nutre del retraimiento de demasiados electores.

Palma, 2011-05-18

Pep Vílchez