Dios no se complace con la sangre

El reciente discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI ante un público de estudiantes y profesores en la Universidad de Ratisbona ha provocado una ola de protestas en el mundo islámico que se ha sentido ofendido por su contenido. En su discurso el Papa entresacó unos textos del diálogo sostenido en 1391 entre el emperador Luis II Paleólogo, antepenúltimo soberano de Bizancio, y un erudito persa de fe islámica. “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. El propio Benedicto XVI afirmó que muy probablemente fuera el mismo emperador quien anotara el contenido de este diálogo durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402. Se trata, pues, de una visión – la del emperador – completamente mediatizada por la confrontación violenta con el mundo otomano – islámico – el mismo que medio siglo después pondría fin a la presencia del cristianismo ortodoxo del agonizante imperio romano oriental al producirse, en 1453, la toma por los turcos de Constantinopla, la actual Estambul. De hecho en el período concerniente a Luis II Paleólogo, previo a la caída definitiva del longevo imperio bizantino, la presencia de éste apenas se reducía a la propia Constantinopla y algunas posesiones en el Peloponeso.

La airada reacción del mundo islámico sólo ha sido parcialmente aplacada tras las aclaraciones del propio Benedicto XVI el cual ha declarado “lamentar vivamente” que sus alusiones críticas al Islam “pudieran resultar ofensivas” para los musulmanes. No obstante, cabe añadir que el verdadero contexto de la conferencia del Pontífice es el actual, el que rodea al discurso papal y que presenta un relativo, pero no por ello menos significativo, paralelismo tácito con el de la cita. Es decir la delicada situación derivada de los conflictos ocasionados por los sectores más integristas e intransigentes del Islam y el bloque liderado por los EE.UU. ante la cual algunos se empeñan en hallar una confrontación civilizatoria entre mundos cerrados y antagónicos.

En la historia del cristianismo podemos encontrar citas para todos los gustos, para la paz y para la guerra, para la tolerancia y para la persecución, ya que el cajón de sastre da para ello y para más. Pero en este caso el docto Papa nos sitúa en una coyuntura de confrontación y juega, por lo tanto, aunque de forma matizada, a abundar en la teoría del choque de civilizaciones expuesta por Samuel Huntington. Aunque sea tranquilizadora la matización, incluida en el texto citado, que señala que Dios no se complace con la sangre ya que sería actuar contra la razón lo que es contrario a su propia naturaleza, las palabras del Papa que recogen la polémica referencia no han sido precisamente la contribución que cabría esperar de una institución como la Iglesia católica, tan comedida en los gestos y las palabras, ante la dramática situación que se vive en múltiples escenarios conflictivos en unos territorios con alta proporción de creyentes islámicos.

Al ambiente de crispación hay que sumar las sorprendentes aseveraciones del líder de las Azores, José María Aznar, quien, ausente de rigor y rubor, emitió, en una conferencia en el Instituto Hudson de Washington, una sarta de despropósitos, - ¿cómo calificar la queja de que los musulmanes no le han pedido perdón por conquistar España en 711? - cuyo único objetivo no es otro que azuzar el odio y crispar más la situación aunque sea desde una posición ridícula. Ridículo, por cierto, suficientemente ilustrativo de la mentalidad de nuestra cada vez más extrema derecha.

Ante una situación de palpitante inestabilidad de dramáticas consecuencias para miles de seres humanos que viven de forma cotidiana la guerra y sus terribles consecuencias, habría que convenir que hoy se requiere, más que nunca, reforzar las actitudes que priorizan los valores que garantizan los derechos humanos y la extensión de la democracia como vínculos universales y, por tanto, como modelos de convivencia ante la pluriculturalidad que se debe respetar afirmando los valores supremos de los derechos compartidos frente a cualquier tipo de diferenciación en el marco de las costumbres y las creencias religiosas.

Finalmente, cabe añadir, que de estos hechos y de otros como son la reacción ante las caricaturas danesas de Mahoma o la suspensión de Idomeneo en Berlín sólo podemos deducir, sensatamente, que es imprescindible fortalecer los contenidos laicos de la política en la sociedad y en las instituciones y alejar los influjos procedentes de las religiones. En Roma y Teherán, en Madrid y en Palma.

Palma 2 de octubre 2006
Pep Vílchez