LA VIDA DE LOS OTROS

                   
El odio u aversión a las mujeres, la misoginia, es un comportamiento asaz antiguo. Ya en el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, se nos relata cómo Eva, madre de la humanidad, recepciona la maldición del creador al caer en la tentación que la perfidia de Satanás provocó, adoptando la forma de la siempre femenina serpiente, al hacerle incumplir la única prohibición existente en el paraíso terrenal: no ingerir la fruta del árbol de la ciencia.

Así, en la primera ocasión en que el creador se dirigió a alguien de sexo femenino fue para maldecirlo. Y, ahí se encuentra el origen de todos los males y calamidades que ha sufrido, sufre y sufrirá la humanidad ya que de esa manera apareció la culpa generada por el llamado "pecado original". La mujer fue condenada a parir con dolor y el hombre, pecador por seducción femenina, a ganarse el pan con el sudor de su frente.

Sería ocioso continuar relatando las múltiples vertientes misóginas que acogen las escrituras de origen judeo cristiano, ya que es de sobra conocida su reiterada aparición. Podemos relativizar el fenómeno bajo una óptica exculpatoria que vincularía ese comportamiento misógino hacia otras épocas y, por tanto, hacia otras mentalidades que generaron mitos y leyendas vinculadas a un mundo especialmente fantasioso. Pero, por desgracia, en la actualidad el peso de esas concepciones arcaicas e irracionales todavía se percibe, especialmente entre los que sostienen ideas conservadoras de carácter reaccionario. Por suerte estos planteamientos no afectan a la totalidad de los creyentes, ni siquiera a la mayoría de ellos.

Pero las instituciones que velan por la continuación de esas creencias humillantes hacia el mundo femenino no dejan de maquinar, y no sólo en la España carpetovetónica. Ahí está Todd Akin, candidato republicano a senador por el estado de Missouri, miembro de la comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y destacado representante del movimiento ultraconservador Tea Party , quien ha llegado a afirmar, recientemente, que el embarazo por violación no debe ser objeto de interrupción ya que para la fertilización debe existir un grado de consentimiento por parte de la víctima, pues considera que el cuerpo femenino tiene formas de evitar un embarazo no deseado. Así están las cosas en la extrema derecha conservadora norteamericana, donde, además, suele ser común sostener ideas creacionistas que atentan al sentido común y niegan los postulados darwinianos que abrieron las puertas al conocimiento científico de la evolución de la humanidad.

Aquí, en pocos días, el Partido Popular, en su calidad de agente político de la Conferencia Episcopal y del Opus Dei, ha mostrado su fondo ultraconservador proponiendo la modificación de la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo, eliminando el supuesto por malformación grave del feto. En carta abierta al ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, Javier Esparza, neurocirujano infantil, alerta de "las terribles consecuencias humanas" de esa decisión, condesando en el titular de su escrito la síntesis argumental de su razonamiento: "Nadie tiene derecho a obligar al sufrimiento". Cumpliendo un papel similar al del candidato al senado por el estado de Missouri, el presidente de la Cortes valencianas, el popular Juan Cotino, atiza el fuego de la discordia con declaraciones cuyo único objetivo es criminalizar a las personas que optasen por la interrupción voluntaria del embarazo. De lo que se trata, en definitiva, es de anular el derecho a decidir de las mujeres.

En otro ámbito, en el sector educativo, objeto de una obsesiva interferencia por parte de los herederos del nacionalcatolicismo, el ministro del ramo, José Ignacio Wert, pretende que las escuelas concertadas puedan practicar la segregación de sexos y simultáneamente recibir subvenciones públicas aun cuando el Tribunal Supremo haya fallado en contra de tal posibilidad. Para ello, con su mayoría absoluta, los populares reformaran la ley para poder regar con dinero público las prácticas segregacionistas de determinadas escuelas concertadas, generalmente en manos de instituciones de carácter religioso en su vertiente católica, frecuentemente vinculadas al Opus Dei.

El pretendido "ministro del ala más civilizada del PP", titular de la cartera de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, ha mostrado que tras su piel de cordero se esconde el lobo de la intolerancia de los que pretenden volver a conquistar el Estado para regular funciones que exclusivamente deberían operar en el ámbito privado, según las creencias éticas o religiosas de cada cual. No faltando quien opina que en realidad Gallardón, que se supone que aspira a la sucesión del amortizado Mariano Rajoy, desee, con estas medidas, congraciarse con los sectores de ultraderecha que tanto peso atesora entre las filas populares.

En fin, sería conveniente que, a estas alturas, ese grupo de célibes varones que monopoliza el poder en las estructuras eclesiásticas condenando a las mujeres, comenzando por su propia organización, a un humillante papel subsidiario, dejara de inmiscuirse en la vida de los otros y apueste por restringir determinados comportamientos al ámbito de su feligresía.

Así mismo, cabe incluir en la nómina de la vejación a los que han tolerado que la actuación misógina de un grupo de musulmanes increpando a las agentes de la ORA que cumplían sus funciones laborales en las cercanías de la mezquita ubicada en los alrededores de la plaza de Pere Garau de Palma, fueran vetadas por la empresa concesionaria para ejercer su labor profesional en la zona del conflicto, provocando una intolerable discriminación hacia el sexo femenino.

 Pep Vilchez 
17/09/2012